Me llamo Juan Gabriel y tuve 32 años. Mi nombre fue el resultado de tres mil o más horas de mi mamá como espectadora frente a un televisor. La calle, el barrio y la ciudad en que crecí no importan; me dijeron que los obreros se encuentran en todas partes y estoy seguro que cuando morí las únicas lagrimas que cayeron al piso, fueron las de mi madre.
Cuando llegué al cielo, dios mismo me preguntó que si había descubierto la magia de la vida, yo le respondí que la única magia que había conocido era la brujería, a los 23 años mientras Shantaí me leía las cartas, el sonrió y me dejó pasar al paraíso.
Cada que visito a mamá, me doy cuenta que allá abajo todo sigue igual; el corazón de los humanos se esfuerza por permanecer en esa coraza, como de metal; el trafico, los gritos en las horas de embotellamiento y el estruendoso sonido de los bares y cantinas siguen nublando la vista de los que habitan mi país. Aun muerto, se los días que mi jefe se coge a Lizbeth, la secretaria de la empresa en donde trabajé y de la que estuve enamorado por años.
El sistema político mexicano sigue igual, cuando voté por el PRI pensé que nos iría mejor, ahora reconozco en la sombra de Enrique todos los rostros de los dinosaurios que lo respaldan, mientras que la izquierda sigue fraccionada. No he visto a Felipe acá arriba, estoy seguro que no lo dejaron pasar.
El día que morí, experimenté lo que muchos definen como el mejor día de su vida. Después de 12 años de trabajar, sin un contrato, en una empresa textil, el jefe al que odie y serví me ascendió a un puesto más alto y aunque seguí ganando lo mismo aseguraba mi empleo ahí para siempre. Aquél día que me subí al camión; tuve la oportunidad de darle unas monedas al que tocaba la guitarra y el resto de mi dinero a uno de los ladrones que amenazo a todos los pasajeros del microbús en el que iba.
Dicen que el mejor día de la vida de alguien debe llevar un cierto protocolo: en donde el individuo despierta con el pie derecho, vive un momento especial que nunca olvidara y termine el día de la misma forma en que despertó; los milagros, los actos heroicos y la iluminación del ser son extras o bonus que cristalizan este día tan especial y lo alejan del olvido para siempre.
Aquel día, en que me subieron de puesto y abatí, con todo el odio de un pueblo sometido, a uno de los ladrones fue sin duda mi pequeño gran acto que seguro permanecerá en la mente de todos los presentes y espero con la fuerza de mi corazón se den cuenta que di mi vida por cada uno de ellos, como un héroe.
En algo no les mentí y en algo tal vez les mentiré: mí puesto de trabajo ni la muerte me lo quitó y me dijo alguien en el cielo, que hace años que el corazón de los humanos se empieza a abrir.
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